La meritocracia es una basura
Por Kevin Carson. Título original: Meritocracy is Bullshit, 24 de Septiembre, 2024. Traducido por Walruunäut
En una entrevista reciente con Jordan Peterson, Elon Musk declaró que uno de sus valores es “la meritocracia, tanta meritocracia como sea posible, donde sales adelante en función de tu habilidad y nada más”.
Se suele presentar a la “meritocracia”, por parte de los liberales, como algo que sería bueno si lo tuviésemos realmente, opuesto al sistema actual no meritocrático. El sistema actual es defectuoso porque no provee oportunidades de educación y capacitación para todos, y porque el avance profesional y la remuneración no reflejan estándares objetivos de habilidad y desempeño aplicados uniformemente.
Incluso si el sistema operase a través de estas reglas, la meritocracia seguiría siendo mala. Ignorando todo lo demás, la meritocracia es una basura porque presupone la legitimidad de un marco institucional dominante y sus estándares de “mérito”.
No existe tal cosa como un “mérito” o “habilidad” genéricos: uno puede demostrar su habilidad al hacer algo, como realizar una tarea específica. La idea de “habilidad” como una característica neutral, posible de abordar objetivamente, ignora completamente el hecho de que las tareas pueden ser seleccionadas por quienes están en el poder y asignadas a sus subordinados.
De hecho, las personas son valoradas en “mérito” basándose en su efectividad para servir a un sistema operado en base al poder, cuyo propósito principal es la extracción de riqueza, y su “habilidad” es requerida al cumplir las tareas necesarias para el funcionamiento de este sistema.
Imagina Auschwitz funcionando como una meritocracia: las “habilidades” serían usadas para valorar a los miembros de su personal. Si reflexionamos acerca de esto, rápidamente se tornaría absurdamente obvio que la “meritocracia”, como concepto, es completamente inútil si no evaluamos a priori la legitimidad de las tareas involucradas y las partes a cuyos fines sirven.
Consideremos las ocupaciones más recompensadas bajo el capitalismo estadounidense. Gran parte de las mismas refleja el hecho institucional de que la gran mayoría de las grandes empresas son gestionadas jerárquicamente a través de propietarios ausentes. Debido a todas las formas en que el poder organizado de manera vertical distorsiona el flujo de información en una jerarquía, las decisiones hechas por gerentes veteranos en la cúspide de una pirámide organizacional son peores que las hechas por los trabajadores con el conocimiento directo del proceso de producción o las personas directamente responsables. Pero las empresas capitalistas basadas en el control ausente no podrían sustentarse poniendo a los trabajadores directamente en los controles de producción debido a los conflictos de interés inherentes. Los trabajadores saben que cualquier contribución hecha a una productividad aumentada sería robada por la dirección, en forma de acelerones o recortes de plantilla.
Por razones similares, hay una proliferación de cuentachiles, supervisores y de gestión inferior como resultado de las mismas irracionalidades básicas: no se puede confiar en los trabajadores para dar lo mejor de sí o usar su conocimiento situacional efectivamente cuando saben que sus intereses son directamente contrarios a los de quienes manejan la organización. Es por eso que las cooperativas de contrachapado en el Noroeste del Pacífico tienen tan solo un cuarto del número de gerentes en primera línea que sus empresas capitalistas homólogas. Cuando los trabajadores poseen y manejan una fábrica, su interés propio es un motivo suficiente para dar lo mejor de sí y poner su conocimiento para un uso efectivo, sancionando a los holgazanes.
Por razones similares, la sociedad en general está infestada de labores de control y supervisión de diversos tipos: policías, guardias de seguridad, abogados, etcétera; para, de algún modo, compensar los conflictos de interés derivados de la riqueza concentrada y la propiedad ausente.
En otras palabras, un diagrama de Venn de todas estas tareas, la habilidad al hacer lo considerado la base para evaluar el “mérito” y lo que David Graeber llamó “trabajos basura” están ampliamente sobrepuestos.
La gran mayoría de trabajos descritos hasta ahora son secundarios en la producción real y simplemente reflejan las irracionalidades institucionales involucradas en la propiedad y supervisión del proceso de producción. Pero la organización y estructura de la producción en sí refleja una elección posible entre muchísimas alternativas, y es determinada principalmente por el interés institucional y de clase, antes que cualquier otro estándar genérico de “eficiencia”.
La producción en masa en sí solo es más “eficiente” que la producción descentralizada a un nivel comunitario, en gran parte, por los incentivos de mercado y las estructuras de precio distorsionadas por los subsidios estatales masivos dados para establecer costos y una protección contra la competencia. Y dada la predominancia de la producción en masa, las habilidades técnicas requeridas y recompensadas son muy distintas a las que prevalecerían en una economía descentralizada. La producción en masa implica una tecnología de producción escalada artificialmente e intensiva en capital, y se ha asociado históricamente con un movimiento, conocido comúnmente como taylorismo o fordismo, para desescalar a los trabajadores de producción en los talleres, desplazando la habilidad y la autoridad de toma de decisiones hacia arriba, a la jerarquía de ingenieros y gerentes. En cambio, en una economía descentralizada como la de la región italiana de Emilia-Romaña, la producción se lleva a cabo con maquinaria de uso general, mucho más pequeña y de alta tecnología, requiriendo así trabajadores de taller técnicamente competentes con una amplia gama de conocimiento de maquinaria.
Y como la producción en masa usa tal maquinaria de gran escala, intensiva en capital y especialmente cara, requiere ejecutar la maquinaria en su capacidad máxima para minimizar los costos, opuesto a lo que sería una economía organizada en una base de demanda-tracción, como las tiendas de bajo costo de Emilia-Romaña. La producción en masa requiere, para mantener a las máquinas funcionando, sobreproducir sin espacio para la demanda, y, en consecuencia, organizar la sociedad garantizando el consumo de los bienes producidos. Así acabamos no solo con una industria de marketing de alta presión y envíos de larga distancia, sino con niveles enormes de residuos de producción para utilizar completamente la capacidad: un complejo militar-industrial, expansión subvencionada, cultura del automóvil, la obsolescencia planificada y, en general, un diseño de pésima calidad. Hay estimaciones bastante creíbles de que, en ausencia de esa producción de residuos e irracionalidad, podríamos producir el nivel de vida actual con una semana laboral de tan solo 15 horas.
Así que una gran parte de los trabajos de producción directa y distribución podrían calificar como trabajos basura. Esto significa que muchos o la mayoría de nuestros estándares de “habilidad” y “mérito” podrían sumarse, en palabras de Peter Drucker, a hacer bien lo que no debería ser hecho en absoluto.
Como Samuel Bowles y Herbert Gintis mostraron décadas atrás en La escolarización en la América capitalista, “meritocracia” es una ideología creada por y para la clase dominante, que marcó a nuestra estructura de clase e institucional particular como algo sucedido espontáneamente porque era la manera más eficiente de hacer las cosas o porque las personas “así lo quisieron”. Pero en realidad, fue creado a través de las personas directamente beneficiadas de esas decisiones ejerciendo el poder, y está configurada de tal manera para ser administrada por quienes internalizaron los valores de quienes están arriba. Es un sistema que funciona en base a crear la clase de personas que lo ven como inevitable y son habilidosas en hacer las cosas necesarias para servirlo; eso es lo que significa la selección por “mérito”.
Por definición, cualquier reestructuración del sistema para servir otros intereses, por ejemplo, los nuestros, será definida como “radical”. Y así lo será.